Los Shows de Jardines tienen el potencial de crear escenas de absoluto drama. Recogidas parcelas recrean pequeñas obras de arte capaces algunas veces de llevarte a un lugar diferente. Poner el pie dentro de algunos es alejarte de la monotonía del propio Show, entrar en el jardín de una reina, mientras disfrutas del escenario de una obra de teatro en el que tu eres el protagonista que lo vive y lo recorre.
Hay jardines que además de invocar a una memoria, su color, aroma y sonido te permiten llegar a disfrutar de algo tan exquisito que a veces uno no creería que fueron construidos tan sólo en los 15 días previos.
Pues he de decir que sí, me enamoré de este jardín.
El jardin de Inch
Puede que algo tuviera que ver la presencia de altísimos bambús coronando la construcción de una pequeña cima, pero lo que jamás me hubiera imaginado es que en su seno uno podría encontrarse la delicadeza de un pequeñísimo estanque -de 1m de diámetro- oscuro su fondo como si de un pozo se tratara y rodeado de numerosísimas y delicadas flores blancas de las anémonas que crecían a su alrededor.
Rodear el jardín te permitía escuchar el bambú al viento mientras disfrutabas de una amplia gama de flores y texturas, rosas, morados, amarillos… y una gama de gramíneas que bailaban al viento y envolvían los grandes troncos del bambú gigante. Las rocas enormes mostraban la dureza y la fuerza de la construcción, un fuerte creado para proteger su interior en cuyas grietas crecían de vez en cuando delicadas anémonas. Los altos bambús eran los protagonistas -cómo el que da palmas para distraerte de que lo mejor está en otro lado-. Todas las plantas estaban seleccionadas cuidadosamente y ubicadas según la luz y las sombras -el jardín es efímero pero tienen que durar 1 mes que es lo que dura el Show-.
Un pequeño camino de preciosas y alargadas baldosas negras colocadas de canto lo recorría sinuoso, de lado a lado, y marcaba el ritmo del camino. Y tras un giro de 90 grados te encontrabas en su interior, rodeado de bambús y rocas. Siendo la altura de la construcción de la cima de no mucho más de un metro y medio, el jardín te engullía para sorprenderte con su belleza interior. Un lugar para la calma cuyo objetivo era tumbarse en una gran piedra plana gris de unos 2m de largo y mirar al cielo mientras escuchas el silencioso murmullo de agua que cae a través de una caña de bambú a un estanque oscuro y circular, iluminado por la vegetación. Ahora bien, al mirar al cielo, éste se enmarca por el bambú que baila al viento.
Es un lugar para perderse -si no fuera por los visitantes que entran y salen-.
El artista
Inch’s (Lim In Chong) es un reconocido paisajista en el Sureste Asiático. Realmente su capacidad para comprender el espacio y moldearlo según sus diseños es sorprendente y digno de gran admiración. La manera de crear una obra de arte y de sorprenderte al entrar en sus dominios sólo causa un amplio deseo de volver a entrar en ellos para sacarles toda la intriga y llevártela de recuerdo. Y por supuesto, ponerla en práctica.
Hay muchas gente que dice no entender ese lado conceptual o filosófico de los jardines (supongo que tampoco el de las obras de arte) pero entrar en el alma del creador y conocer de su mano -o su historia- la realidad del porqué de ésta es un regalo para el que lo entiende y busca dentro la ambición de crear historias parecidas en sus creaciones. Sean jardines o cualquier otra forma de arte. Hay gente que es capaz de inspirar y compartir sus diseños, historias y creaciones porque sabe que con deseo, ambición y perseverancia -cargada de ilusión algo de lo que Inch rebosa- es capaz de hacer ver a la gente otra manera de crear arte y sobre todo compartir su experiencia pues con tan sólo unos pocos que lo perciban la recompensa es siempre ilusionante.
Os dejo con las fotos del jardín -os prometo que no le hacen justicia-.



