jardín huerta

El Jardín Huerta

 

Entonces la Vega empieza a brillar y la bruma, levantándose, deja ver sus colores verde y gris.

Federico García Lorca

 

Aún me acuerdo del día que me llamaron para diseñar un jardín en la Vega de Granada. Sueños tenemos todos y aquel proyecto me pareció justamente eso: un sueño. Era un jardín en un lugar idílico y aquella sencilla casa de labor había sido de la familia de Federico García Lorca donde cuentan que él mismo pasó allí algún verano de niño. No tan lejos de la casa familiar, no me cabe duda alguna de que por allí entre aperos y labriegos amó la Vega.

 

Delante del sencillo y sobrio Cortijo se extiende un campo de labor, más allá un riachuelo, el cual no se ve pero se intuye detrás de las altas y esbeltas alineaciones de chopos que bailan al viento y allí al fondo corta el horizonte, Sierra Nevada.

 

Me acuerdo que preparé un pequeña propuesta, tras releerme su obra, rebuscando entre historias y poemas, y reviviendo de la mano de su sobrina cómo era el huerto familiar -el de la abuela-: lleno de frutos y flores. El proyecto no quería revivir un jardín que nunca existió, pues aquello siempre fue y ha sido un campo de labor. Pero si quería, para deleite de las visitas y los huéspedes, hacer una especie de jardín-huerta, donde se pudiera revivir con sencillez las vivencias de aquel niño.

 

Así lo soñamos.

 

La Vega, La Huerta y Un Jardín

En unas cartas que leí Lorca escribe:

 

En verano el olor es de paja que en las noches, con la luna, las estrellas, y los rosales en flor, forman una esencia divina que hace pensar en el espíritu que la formó.

 

En invierno los chopos están sin voces y el olor es de agua estancada y de paja quemada en los hogares…

 

La propuesta comenzó asumiendo que para mantener su espíritu la finca debía seguir siendo un campo de labor. Por otro lado, me encantaba la idea de un campo de trigo ó cebada donde las estaciones están muy marcadas por las fases del cultivo: arado, sembrado, verde, dorado y segado con sus pacas sentadas esperando la recogida.

 

El único jardín que allí tenía sentido era un jardín-huerta, muy en especial, esto último: una huerta rodeada de lo que allí pervivía, un campo de labor.  Ésta debía estar inmersa en un entorno ideal donde perfectamente podría haber sembrada una pradera de flores, a ambos lado de un hilo de agua -una acequia antigua-, que se extiende ocupando el paisaje y se asienta a los pies de una huerta de frutales (ciruelos, caquis, granados, perales, moreras, acerolas, albaricoques, higueras…) y, a su vez una pradera silvestre que no encuentra límites, se rodeada por un campo de labor donde se cultiva alfalfa, trigo, cebada… -o, lo que la Vega mande-.

 

El agua de la acequia que recorre el prado, llegaría a una gran alberca de piedra -ya existente- que rebosa agua y que se encuentra en un mirador gigante frente a la gran Sierra Nevada, haciendo del cielo parte de ella.

 

Rosas, dalias, cosmos, malvas, aromáticas y vivaces forman este campo salvaje y labrado pero estructurado tal y como un jardín. El orden dentro del caos. La famosa huerta.

 

jardín huerta
Macetas © Marta Puig

 

Estructura y espacio

Todo tiene su lugar, especialmente en un jardín: la huerta, el campo labrado, los rincones y recovecos, sus miradores, sus perspectivas, sus entradas, porches, emparrado, parterres, patio, acequias, pozos y albercas. Así como los lugares para pasear, sentarse, descansar, leer y contemplar.

 

Todo el Cortijo debía tener sentido, un diseño sutil que mantuviera lo que simple y llanamente es: un campo y una huerta; pero que esto no engañe porque, como todo campo de labor, éste no puede dejarse al azar. Además, hay que sumar el uso que se le pensaba dar  y que incluía una casa de huéspedes, un lugar de eventos, de escenificaciones, paseos, certámenes, siempre manteniendo la esencia de su origen al abrigo de la Vega, sin intentar recrear un popurrí de Jardín -con mayúsculas- o algo que realmente nunca fue.

 

Ahora bien, por supuesto había muchas cosas que hacer. La entrada debía arreglarse, al fin y al cabo iba a ser un alojamiento lorquiano y debía ser accesible, legible y sencillo. Las vistas debían enmarcarse agudizando la sorpresa de encontrarse con semejante espectáculo -uno llega al Cortijo por la trasera de éste-. Además, una alameda cerca de la casa te acompaña hasta escuchar el cauce del río, el murmullo de los chopos y el cantar de los pájaros. Todo había que convertirlo en el ‘jardín’.

 

Prado de flores © Marta Puig

 

El Paisaje y Jardín: Todo Cielo y Todo Vega

Parte de la complejidad a la que me enfrentaba era encontrar el equilibrio entre paisaje y cielo -ambos enormes en ese lugar- y nuestra dimensión humana -ínfima en comparación-. Algo que puede producirnos cierta inquietud.

 

Esto me hace volver de nuevo a la estructura y a la creación de rincones que permitan cierta privacidad y un grado de contemplación más propio de un jardín que de una huerta. Y, otra vez, vuelvo a la idea del Jardín-Huerta.

 

En general, debía haber una transición sencilla, donde entre el recuerdo de las huertas de frutales y las plantas. al lado de las acequias como el hinojo o el apio silvestre -del que habla Lorca en sus cartas-, donde el ruido de los chopos se acerca al jardín y los jazmines y rosales, todos ellos consiguen darle vida. Y por supuesto, el rumor del agua que siempre debe estar presente. ‘La fuente es sonido eterno’.

 

Por otro lado, ese cielo inmenso debía ser reflejado y atrapado. Algo que se consigue con el reflejo en aguas tranquilas -cielo y agua siempre van de la mano- luego de ahí la necesidad de convertir la gran alberca en un espejo de agua. Puro deleite de los sentidos.

 

Ante todo lo único que se quería era hacer primar la sencillez y la humildad de su origen. Poniendo en valor aquellas cosas que ya existían y realzando su belleza. Pues lo más bello suele ser aquello más sencillo y es en los detalles donde reside esta belleza.

 

jardín huerta
Rosas trepadoras © Annie Spratt

 

Este proyecto se quedó en un sueño, un cúmulo de ideas que como otros proyectos se quedan en la recámara y sirven para, más tarde o temprano, sacarlos a la luz, bien en otro paraje o en el mismo lugar si hay oportunidad.  Son una mezcla de ilusión y sensibilidad que inspira no sólo éste si no muchos otros a adaptar los nuevos usos de un espacio a su entorno, intentando ante todo respetar lo que allí existe, las tradiciones que en este caso estaban descritas por el autor y que sin duda expresaban la imagen de lo que él sabía era un jardín (el mundo). Y escribía:

 

Un jardín es algo superior, es un cúmulo de almas, de silencios y colores que esperan a los corazones místicos para hacerlos llorar. Un jardín es un gigante de esencia y un beso de rubia ideal. Un jardín es algo que abraza amoroso y un ánfora tranquila de melancolía. Un jardín es un sagrario de pasiones y una grandiosa catedral para los bellísimos pecados. En ellos se esconden la mansedumbre y el orgullo, el amor y la vaguedad del no saber qué hacer

 

Las grandes meditaciones, las que dieron algo de bien y verdad pasaron por el jardín. Las grandes figuras románticas eran jardín. La música es un jardín al plenilunio. Las vidas espirituales son efluvios de jardín. El sueño ¿qué es sino nuestro jardín?…

 

Federico García Lorca. Impresiones y Paisaje.

*Esta publicación salió impresa en el Correo de Andalucía en 21 el Mayo 2017.

ENTRADAS RELACIONADAS