Últimamente me planteo mucho el camino que he elegido. La gasolina que me ha permitido mantenerme durante este año y medio es exclusivamente la ilusión; la ilusión por hacer algo excepcional. ¿Estúpido? no sé, tal vez. Pero es que no hay más, de verdad, rasco y ese es el origen de lanzarme a este proyecto en solitario.
Tal vez tu consideras mi objetivo tan gigante e inalcanzable que sólo de planteártelo se te hace un nudo en el estómago y te hace empequeñecer como si en este mismo instante estuvieras dentro del estómago de una ballena -algo que considero bastante agobiante-.
¡Te pillé! esa mueca de incredulidad que tal vez me estás poniendo ahora mismo lo explica.
Perseguir un sueño no es fácil. Por ahora esa es mi opinión y no creo que cambie con los años. –¿No te lo habían dicho ya cuándo empezaste? pensarás– Sí, y aún eso, aquí sigo hoy; luchando, buscando y rascando para encontrar y, a su vez avivar, esa ilusión que de vez en cuando se me escapa entre los dedos de las manos. No me he rendido -aún- pero el tiempo se acaba, la llama se quema y la gasolina se agota.
Hoy leía un artículo de Noel Kingsbury –Noel’s Garden Blog-, llamado Gardener Abuse, y claro en ese momento te das cuenta de lo importante que es encontrar a tu cliente ideal -o el jefe ideal-, ese que sí será capaz de hacer el mejor jardín del mundo. Porque así como yo puedo:
- diseñar un jardín con una estructura que dure años, que crezca y se vea en 3/5/10 años como un JARDÍN, además por supuesto de
- darle parte de mi gasolina -mi ilusión que reparto a ton ni son y parece también que es gratis con lo que me cuesta a mi producirla- y
- poner el proyecto en marcha y dejarme la piel por el camino -a veces sin ver un duro y sobre todo compartiendo mi conocimiento y mis ideas porque creo que ayudará al bien común de la sociedad, ¡eeerrggg error y qué chascos me llevo con eso!-, la realidad es que
Dos tercios de este pastel -o casi- no dependen mí. Esa es la parte jodida de tener un sueño, y un sueño que además para ser la crema no sirve con inaugurarlo el día uno. El día uno es su nacimiento no el día de la presentación en sociedad -cómo a todos nos gustaría-, es el día 0 de la naturaleza, el día 0 que marca el comienzo de un sueño. Es una lechuga indefensa rodeada de hambrientos caracoles.
Pero vayamos al pastel:
- Un tercio depende de mi -o un poco más porque soy golosa-,
- otro tercio depende del cliente, y
- el último tercio de la naturaleza, de su buen hacer -si todo está en su sitio- y del jardinero.
Esto no quiere decir que sea imposible -aunque lo parezca-, lo que quiere decir es que tengo que hacer una refinería para encontrar y repartir a todos ilusión para comenzar un proyecto en común con alguien que -centrándonos en el punto uno- me contrate para diseñarle un jardín. De principio a fin claro, porque con rodeos y recortes no se hace tampoco el mejor jardín del mundo -y no hablo del presupuesto de la obra en sí-.
Aunque suene a un trabajo de órdago, yo estoy dispuesta -a veces pienso que me gusta sufrir un poco-.
Pero ¿hay alguien ahí fuera dispuesto a poner su tercio del pastel sobre la mesa?
O mejor aún, ¿hay alguien hay fuera dispuesto a contratar a un diseñador, pagarle por su trabajo, su proyecto… y por ende, reconocer su trabajo, su experiencia y su conocimiento?
Creo que ahora ya queda claro como se puede hacer el mejor jardín del mundo. ¿Tú que opinas?
PD. Otro día hablaré de los roles de cada uno. Entrando específicamente en lo que diseñador, cliente y jardinero deben hacer. Ojalá fuera el trabajo de uno sólo, pero el que quiere el mejor jardín del mundo algo de su propia carne tendrá que poner en el asador.
PD. ¿Eres mi cliente ideal? escríbeme, mis propuestas no te dejarán indiferente -ahora sí, no pienses que descubro todo el pastel-.