La tensión de los colores cautiva la mirada.
Es su inigualable contraste con la vegetación y el cielo que los hace estremecer a lo largo del día y es la luz del sol la que los acompaña y los hace vibrar desde la madrugada hasta el anochecer.
La belleza de los jardines esta íntimamente ligada con la tierra. Con su color. Los jardines encuentran su belleza en la integración con su entorno, y la tierra lo es todo.
Es la tierra la que provee de materiales primarios a la construcción para crear hermosas ciudades y pueblos. Y existen lugares famosos por la extracción y el uso de pigmentos y arcillas como la «terra rossa», un sedimento ferruginoso típico de las zonas Mediterráneas.
Parte de la magia de este pigmento, de este hermoso ocre, y de la fuerza de los colores del Mediterráneo, es sin duda la luz.
La luz transforma los ocres, y los estucos, en claroscuros, imprimiéndoles una textura y un tono únicos, y de gran belleza a medida que envejecen. La luz del día hace que cambien con las horas integrándolos en el paisaje, mimetizándolos en su entorno.
Estos colores, verdes y rojos anaranjados, se repiten a lo largo y ancho de la costa Mediterránea y, en muchos casos, también en su interior. Numerosos paisajistas y arquitectos utilizan mortero de cal teñido para conseguir el efecto deseado o construyen con tierra cruda para resaltar la belleza del entorno.
La mezcla con azules y verdes incrementa la tensión convirtiéndolos en lugares sobre cogedores. Palmeras, opuntias, agaves, euphorbias, gramíneas, hibiscus, aloes y trepadoras entre otras plantas y muchos arbustos, resaltan la vegetación en estos lugares.
El agua, es sin duda otro indispensable para la mezcla. Fuentes y estanques, albercas, por lo general a ras de suelo, y muy discretas, alejadas de toda vegetación para reflejar el hermoso cielo y los ocres de las construcciones hacen estremecer el paisaje.
Y por eso, me encantan los ocres.
Dar Al Hossoun – Eric Ossart y Arnaud Mauriere

Neuendorf House – John Pawson y Claudio Silvestrin
