Pequeño, acogedor, chiquito con sus estaciones. En primavera tiene un pasillo que se llena en parte de amapolas y nigellas, mientras los alóes, agapantos y dietes encuentran su lugar. La glicinia para entonces ya ha perdido la flor violeta, pero los jazmines estrellados están en plena flor. La parra crece por el mortero de cal natural, la alberca de ladrillo y fondo oscuro acoge zapateros. Aspidistras, crassulas, helechos (ponen peluca al dragón-tritón de acero), e incluso en su rincón más veraniego de sobremesa, nos sentamos debajo de la copa de un naranjo dulce y en la esquina, ya sin sol, la planta con uno de los nombres en latín más bonitos que hay: la Monstera deliciosa (o más conocida como Costilla de Adán).
De otra obra traje Agaves attenuata (agave cuello de cisne) y senecios (de un azul grisáceo) que contrastan en color con todo lo demás. Un rosal, en el lugar menos indicado para él, luce hermoso lleno de flores rosa multipétalo, le da ese toque romántico a la pared del estudio. El verde contrasta con la grava color miel, no la más cómoda de pisar, pero fresca como la mejor piedra. Los mirlos vienen a cazar arándanos, son cautelosos, porque saben que no son suyos. Tomillo, apio, perejil siempre tienen lugar.
Dos precios helechos Cuerno de Alce, montados por mí, cuelgan cual cuadros en el rincón más resguardado del sol.
La cerrajería toda roja/burdeos/ferrari al sol, contrasta con los verdes y los colores tierra de la grava color miel y el ladrillo.