¿Acaso sabemos mirar? A mi se me olvida a menudo. La falta de entrenamiento nos hace pasar por la vida de puntillas.
Cuando digo mirar, me refiero a mirar de verdad. Ver lo que nos rodea con ojos de verdadero interés. Para disfrutar de algo es sin duda necesario verlo, vivirlo y sentirlo -o al menos ser consciente de una de las tres-.
Hace unos meses estuvimos en una casa rural en Teruel. Alrededor no había nada, el pueblo estaba a varios kilómetros y la carretera que llevaba a él a una distancia considerable por una pista de tierra. De noche, en cuanto te escondías de la luz de los faroles, te encontrabas con un cielo inmenso lleno de estrellas. Gigante.
La Vía Láctea se veía como nunca la había visto antes. La bóveda del cielo estaba perfectamente definida. Y entonces pensé que realmente yo, y la gente que me rodea, no tenemos ni idea de estrellas… Son puntos en el cielo. Y, sólo puntos en la más cerrada oscuridad. Ahora eso sí, muy hermosos.
Lo mismo ocurre con el paisaje… Es gigante, es hermoso, árboles, arbustos, praderas, cultivos, bosques, vegas, lagos y ríos, colinas y montañas… Elementos que no sé sabe muy bien a simple vista cómo y porqué están así colocados. En algunos lugares se ubican con una simplicidad natural y en otros mucho más formal, pero en cualquiera de los dos, estos paisajes son bellos en sí mismos y, lo que es más difícil, en su conjunto. Como un cielo estrellado. Ver para creer, ¿no?
Cámara en mano
Recuerdo que cuando estudiaba en Inglaterra íbamos de excursión todos cámara en mano. Hacíamos fotos, pero no veíamos lo que teníamos delante: el Paisaje, ciudad o campo daba igual, el ritual era siempre el mismo. Fotos de flores, detalles, panorámicas… Fotos que han quedado relegadas en un disco duro de por vida, y que seguramente ninguno jamás volverá a mirar.
Madre mía qué pérdida de tiempo click. Pocas cosas, o sólo me ocurre a mí, quedan realmente retenidas en nuestra «memoria útil». Y ahora pienso en lo complicado de procesar una imagen a través de una lente y captar sus sensaciones sin haber mirado primero lo que uno quiere fotografiar. Con cierto juicio claro está y sin avasallar. Click, click, click, click…
Pensando en esto ahora sólo me acuerdo de algunos lugares de las múltiples excursiones que hicimos. Y casualmente recuerdo aquellos en los que hice «menos» fotos.
- Recuerdo el frío y la nieve en un bosque de abedules. Hacía tanto frío que era de las pocas que me negué a quitarme los guantes. No tengo fotos. Ahora hay mil en internet, mejores incluso que las que yo hubiera podido hacer. Un paisaje hermoso: blanco y frío con los matices de la corteza de los abedules húmedos de la nieve, vibrando entre grises y marrones, y
- También recuerdo un rincón en Sissinghurts (famoso jardín que se supone todo paisajista tiene que visitar alguna vez), donde agotada de intentar procesar estructura, borduras, combinaciones de plantas… Me senté en un banco. En un rincón del jardín ya cerca de la pradera. Y esa sensación de campo infinito y pradera salvaje es una de las cosas que más claramente recuerdo. De esa tengo foto. La que tomé tras levantarme.


Por eso aunque sigo haciendo fotos de detalles y de las escenas que me gustan, y recalco escenas pues creo que éstas me pueden servir para recrear otras parecidas, he entendido que es preferible tomarse las cosas con pausa, sin prisa, pero con juicio.
Ahora, siempre intento mirar primero. Porque es entonces cuando sabré que algo realmente me gusta, y con el recuerdo podré intentar recrear lo que sentí. Eso me hace pensar también que si me gusta es porque lo entiendo y funciona. Y eso no se debe a que sea más o menos moderno, clásico, ecléctico, japonés o italiano, ni mejor ni peor, es porque a mi entender encaja perfectamente donde está, sea totalmente nuevo o haya estado allí por más de mil años.
Cuando un lugar te gusta éste se lee en el paisaje, se siente y se entiende.
De vez en cuando todavía me ocurre, y voy como Flash Gordon sin parar de un lado a otro, cámara arriba, cámara abajo (bueno, móvil en mano), en vez de mirar con mis ojos. Pero todo es entrenamiento.
Entender un lugar es vivirlo y sentirlo. Crear un lugar así implica también saber cómo se va a vivir y percibir. Y tanto para mi como para muchos otros paisajistas, la contemplación es un aspecto fundamental del jardín y del paisajismo. Y nunca fue un lujo.
No es naturaleza ordinaria
Los parques y los jardines, los huertos, no son naturaleza ordinaria. El paisaje tampoco lo es.
La naturaleza se ha abierto camino, y nos muestra espectáculos que pocos observan cómo el ojiplático que va a ver el Circo del Sol. Si son artificiales, como el Gran Circo, deben estar pensados para hacernos sentir algo, o al menos no dejarnos indiferentes -nos gusten o no-.
Pero sin duda cualquiera que sea tu paisaje, éste formará parte de tu vida y tus recuerdos, pues nosotros tampoco somos ordinarios.
Y cuidarlos, sea en la ciudad o el campo, no es sólo un trabajo al que hay que dedicarles tiempo, pero también un trabajo que te hace crecer individualmente. Pues entremezcla lo racional de nuestro pensamiento con lo irracional de la naturaleza, su caótico orden y jerarquía. Y esto, nos define, y nos hace ser orgullosos de sus innumerables frutos (personales o no, y en cualquier caso cuantiosos).
El paisaje define un lugar, define a su gente y su cultura. Y es quién lo ve y quién lo vive quien mejor sabe expresar lo que este significa y su gran valor. Muchos lo ponen en palabras. Pero pocos parece leerlas y ponerlas en práctica.
En verano el olor es de paja que en las noches, con la luna,
las estrellas, y los rosales en flor, forman una esencia
divina que hace pensar en el espíritu que la formó.
En invierno los chopos están sin voces y el olor es de agua
estancada y de paja quemada en los hogares…
Federico García Lorca.
Definir un paisaje
Todo es posible. Y si no todo, mucho de lo que puedas tener en mente. Lo que realmente asusta es que todo está ya escrito y seguimos sin verlo claro y aceptar que nos podemos equivocar.
Cuando me siento a pensar en una propuesta para un jardín o una terraza, sea lo que sea, sólo pienso en cómo encaja y en cómo se quiere vivir sin olvidar que un jardín es algo artificial cuyos límites físicos no entienden de barreras. Y esto lo dicta el paisaje. Por eso ver es tan importante como intuir cómo lo van a utilizar. Por eso es fundamental ser respetuoso con él e intentar entenderlo.
Por otro lado, romper con él son palabras mayores. Si se hace hay que asumir sus riesgos, y saber muy bien lo que se hace, porque las cicatrices en el paisaje pueden durar mil años.
Recrear la naturaleza al fin y al cabo siempre será una recreación, un artificio exuberante y cercano… un recuerdo de algo real, que no igual, aunque es justamente eso lo que nos ha de evocar.
Un paisaje, una emoción.
Pero para saber lo que queremos, y superarlo si cabe, tenemos que haberlo visto primero para después imaginar lo que allí podría realmente haber.
¿Acaso nos estamos volviendo todos bizcos?
Estupendo texto enhorabuena. Un abrazo
Muchísimas gracias. Le voy cogiendo el gustillo y cada día parece más fácil. Un besazo.
Tal y como explicas la naturaleza de los jardines despiertas algunos sentidos adormecidos por la vida cotidiana y mas prosaica. Es bonito poder imaginar praderas con flor con el desorden propio del crecimiento instintivo. Me empieza a gustar pensar en los jardines y detenerme a contemplar sus detalles.
Gracias